“Propone recuperar la historia no tanto de la sala Zeleste como de los estilos musicales que se cimentaron en ella: el rock progresivo y lo que se llamó ona laietana”
La sala de conciertos Zeleste está hincada en la memoria sentimental y colectiva de toda una generación de barceloneses, de la misma manera que la generación anterior latió en el San Carlos Club y la posterior en el Nitsa. Una larga generación –quizá dos, porque la sala abrió recién estrenados los setenta y se fue poco a poco difuminando a finales de los 80– que asistió a un maridaje entre música y actitudes sociales, entre vanguardia y activismo cultural que hizo que acogiera no solo a los grupos que en la ciudad condal presentaban un mayor empuje “underground” –perdonen, se llamaba así entonces– sino que proyectase un sello discográfico, una oficina de management cuando aún no se sabía lo que era eso, una escuela de música e incluso una revista. De simbólico cierre de una época puede calificarse su literario final: cuando la sala quiso renacer trasladándose a un local de Poble Nou tuvo que venderlo casi de inmediato a la empresa que hoy lo gestiona, Razzmatazz. Al día siguiente aparecieron en un contenedor los archivos sonoros de más de una década de conciertos. Hay un epílogo, salieron estos archivos a subasta en la inmediata Feria del Disco de Coleccionista de Barcelona y se adjudicaron por un precio que a mí me pareció impúdicamente módico.
Pues bien, Àlex Gómez-Font, activo y joven periodista, autor ya de un libro sobre la materia y rescatador de los discos olvidados de esa época propone recuperar la historia no tanto de la sala como de los estilos musicales que se cimentaron en ella: el rock progresivo –quizás aún conocido y respetado– y lo que se llamó ona laietana, mucho más difusa y absolutamente olvidada hoy en día, un estilo muy variopinto en el que convivían desarrollos jazzísticos mediterráneos, punk primitivo y aromas de verbena. Quizá su único punto de contacto fuese que recogían el espíritu de una Barcelona que andaba levemente perdida.
Las fuentes documentales proceden fundamentalmente de la historia oral de sus protagonistas, es ingente la cantidad de músicos de quienes se recogen opiniones y vivencias, más que de las hemerotecas y los análisis escritos. Resulta así un poco falta de rigor, pero muy viva. De la misma manera el libro comienza su andadura en los años sesenta para que los protagonistas de los setenta nos indiquen cuales eran sus querencias.
Tal vez lo más curioso sean las anécdotas y las fotografías. La visitas de Cecilia a Barcelona y su contacto con estas gentes en el bar La Enagua; Eliseo Parra, componente de Mi Generación –que tienen uno de los discos más buscados del rock español– reconvertido en cantante folk castellano o las peripecias de los conciertos –siempre difíciles en esos años en que aún el franquismo extendía sus redes– son explosiones de época deslumbradoras. Como fotografías, aparte de las portadas de todos los discos reseñados y de una precisa discografía, impacta una psicotrónica: un grupo de rockeros –impagable el batería peludo y descamisado– ensayando en los locales de la Falange de Sant Feliu de Llobregat junto a unos cuadros de infarto.
Y ahora, déjenme ser un punto subjetivo. En las consideraciones finales los músicos laietanos apuntan que su música se difuminó por la entrada de grupos madrileños que captaron la atención del público. Primero, en Barcelona también surgió una nueva hornada: Los Rápidos, Brighton 64, Claustrofobia, Desechables; podría citar más nombres. Segundo, los grupos madrileños dieron impecables conciertos en Zeleste; puedo dar fe de que Nacha Pop, Glutamato Yeyé o Golpes Bajos no desmerecieron en la historia de la sala. Las circunstancias sociales y las influencias habían cambiado y no era posible repetir esquemas ya viejos, así que Zeleste murió, pero murió sin ser ajena a su tiempo.
Texto: CÉSAR PRIETO.
fuente: efeeme