Lecciones de inmortalidad con los Rolling Stones en Madrid

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Puede que la actual gira europea de The Rolling Stones no sea más larga (14 ciudades) porque las compañías aseguradoras no han querido jugársela más de la cuenta, pero lo cierto es que Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts han dado este miércoles en Madrid una lección de longevidad y diríase que inmortalidad ante 54.000 personas en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid.

   Y es que entre los cuatro stones titulares (sin contar músicos de apoyo, coristas y demás) suman 280 años, pequeño dato sin importancia que no les impide dirigir ceremonias masivas que van más allá de lo musical para convertirse en eventos sociales imprescindibles. Como cualquier concierto de estadio, pero más. Posiblemente el Circo Máximo (no por casualidad actuaron en tan mitológico lugar el pasado domingo en Roma). Y con las entradas más caras que un bolsillo puede soportar, eso también.

   Porque no son pocos los músicos que siguen en la brecha en plena senectud, pero ningún otro lo hace a este nivel de exigencia, con un espectáculo tan grandilocuente y una expectación similar. Como en su debut en España el 11 de junio de 1976 en la Plaza de Toros Monumental de Barcelona, pero exactamente 38 años y 14 días después. Los datos cantan y diríase que sale rentable vender tu alma al diablo a cambio de las mieles de la despreocupada vida eterna.

Con ese sentimiento en el ambiente, arranca el espectáculo (este es el término apropiado) a las 21:50 horas. Se apagan las luces y ahí se hace carne y lentejuelas Mick Jagger, vedette inagotable y ultrafondista inalcanzable, capaz de enfundarse en ropajes de colores chillones en absoluto recomendables para un bisabuelo de 70 años. Su carisma se lleva todas las miradas y él, que lo sabe, parece reírse de los que ya en los ochenta exigían la retirada de una banda demasiado vieja para el rock n’ roll. Qué sabrán ellos.

   Suenan ‘Jumpin Jack Flash’, ‘You Got Me Rocking’, ‘It’s Only Rock ‘n’ Roll’, ‘Tumbling Dice’, ‘Honky Tonk Women’, ‘Angie’ y ‘Like a Rolling Stone’, que ha sido la canción popularmente votada por los madrileños en las redes sociales.

   La euforia se adueña del Bernabéu como en las mejores veladas de madridismo desmadrado, con familias literalmente enteras entregadas a la causa con varias generaciones unidas en este preciso punto de la continuidad espacio-tiempo. Tal demostración de poder y relevancia no puede resultar baladí.

 Y sí, han perdido pericia, fuelle, vigor (Mick no, eso no). Muestran además una presencia escénica más bien frágil, quizás incluso amplificada en las grandes pantallas de detallista definición (¿quién dijo que las estrellas no pueden lucir arrugadas y acartonadas?). Pero por encima de todas esas obviedades inevitables está un repertorio básico para cualquier melómano. No hemos cruzado el ecuador de la velada y ya han sonado varios clásicos por los que un músico cualquiera bien vendería su alma y las de sus descendientes al dichoso belcebú, tan omnipresente para explicar el reinado de Sus Satánicas y Eternas Majestades.

   Hay curiosidad por comprobar el estado de forma del siempre excesivo Keith Richards, que cumple a pesar de no pocos despistes, y que tiene su momento de lucimiento personal al ponerse al frente de la banda para cantar ‘You got the Silver’. Sin duda está abollado por la vida, pero la guitarra le sigue quedando como a pocos y, además, cuenta con el siempre divertido Ron Wood a su lado (el más joven de todos con 67 años) para compartir la opresiva responsabilidad de ejecutar los riffs de guitarras de los Stones

 Hablando de guitarristas, ‘Midnight Rambler’ se ha convertido en un momento álgido para los amantes de las cuerdas con la aparición del rasgador Mick Taylor, miembro de los Rolling Stones entre 1969 y 1974 (entre el difunto Brian Jones y el actual Ron Wood), invitado a esta gira por aquello de la celebración y en reconocimiento a sus aportaciones en la etapa más creativa de la banda.

   Desde el fondo del escenario, Charlie Watts (el más mayor con 73 años y un cáncer superado) es la locomotora que, como los coches de antes, no tiene fecha de caducidad a pesar de lo que pueda sugerir la canosa y esmirriada fachada, pues los bateristas de jazz no son en absoluto fáciles de doblegar.

   El show discurre entre predecible y efectista, es decir, funciona. La banda interpreta otras canciones, provocando euforia, éxtasis y consiguiendo en no pocos momentos el milagro de que el dinosáurico rock de estadio carezca de edad física.

   En el tramo final los éxitos se suceden con pasmosa facilidad con un repertorio imbatible, apoyado por un despliegue escénico a la altura de las expectativas, aunque más modesto que en épocas pasadas. Ahí están ‘Miss You’, ‘Gimme Shelter’, ‘Start Me Up’, ‘Sympathy for the Devil’, ‘Brown Sugar’, ‘You Can’t Always Get What You Want’ y la apoteósis final con ‘Satisfaction’, con las guitarras de nuevo de Keith Richards y Ron Wood a un todavía volúmen más absoluto.

  Y entonces 52 años de Rolling Stones se resumen en 2 horas y 15 minutos. Y entonces 52 años de canciones, de peleas, de excesos, de vicios, de vueltas al mundo, de leyendas, de escándalos y de (claro) música encuentran su colofón en unos fuegos artificiales que alumbran el cielo negro de la noche madrileña con una inevitable pregunta entre la satisfecha concurrencia. ¿Habrá sido realmente la última?

   Porque el día que los Stones decidan apagar los amplificadores y precintar la caja registradora, el rock quedará tocado de muerte. Por eso resulta reconfortante comprobar cómo una pandilla de abuelos (con el bisabuelo Mick al frente) es todavía capaz de patear traseros con desafiante insolencia y generoso derroche energético. Y ahora, ya en serio, ¿habrá sido realmente la última?

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