El tercer disco de Springsteen, el que convirtió al músico en la leyenda del rock que es hoy en día, fue todo un salto en su sonido, aunque también una obra maestra intencionada.
Del modesto presupuesto de sus dos primeros trabajos, Born to run contó, sin embargo, con unas partidas holgadas. Los dos primeros discos del llamado “nuevo Dylan” – algo que él odiaba- Greetings From Asbury Park, N.J. y The Wild, the Innocent & the E Street Shuffle, ambos publicados en 1973, habían vendido menos de lo que Columbia había esperado, pero continuaron por la nueva estrella para su nuevo disco. Pero querían un gran disco.
Grabado en el Record Plant de Nueva York, el desahogado presupuesto se percibe en el suntuoso y melodramático sonido tomado de Phil Spector. Todo ello con banda nueva: Garry Tallent al bajo, Danny Federici al órgano, David Sancious al piano, Clarence Clemons al saxo y Ernest “Boom” Carter a la batería. De la necesidad de hacerse valer surgió el perfeccionismo: sólamente en el solo de saxo de Jungleland, Clarence Clemons estuvo 16 horas de trabajo para asegurarse de que fuera nota tras nota tal y como Springsteen quería. Las sesiones se eternizaron durante meses.
Born to Run fue lanzado finalmente el 25 de agosto 1975, con excelentes críticas y, con él, Springsteen consiguió su primer top 10 de la lista americana. Curiosamente, el músico, que se había dejado la piel en el disco, odiaba tener que publicitarse como Columbia quería, como el nuevo “rey del rock”. De hecho, cuando salió en las portadas de Time y Newsweek- la misma semana, en octubre de 1975-, declaró a Mike Appel, manager del músico entre 1972 y 1976 y coproductor del disco: “Todos van a mirarme como una especie de puta, haciendo alarde de mí mismo para el mundo”. El álbum llegó al puesto 3 en la lista Billboard, vendiendo más de 700.000 copias en los primeros meses. Hoy es considerada su obra maestra.